PEQUEÑA BANDADA



Llegaron de aquí nomás, ¿descoloridos? y sin palabras, volando a ras del suelo, cerca del horizonte anaranjado que inauguraba esta luz en la que nos fundimos. Unos con otros, eléctricos y sedados, sin género. Dispuestos a volar en círculos por un corto tiempo, a dibujarse a sí mismos en las paredes, a atravesar las puertas y las ventanas sin ningún peso en sus aladas espaldas.
A medida que esparcían presencia por los bordes de esta jaula, ¿descoloridos? adoptaban formas nuevas, cantos nuevos, voces nuevas, nuevos ojos. Sin que los pájaros grandes lo advirtieran, formaron un círculo que giraba y se expandía, como un sol que crecía al tragar a los astros diminutos que pasaban a su alrededor. Los nuevos cantos formaron una sola voz, tan única como infinita e hiperpoblada. Enjambres de trinos enlazados a constelaciones de colores nuevos, en el interior del recién amanecido sol. Entre las melodías aparecieron las preguntas.
¿Qué soy? ¿Soy? ¿Estoy? ¿Dónde estoy? ¿Voy? ¿Adónde voy? ¿De dónde vengo? ¿Pertenezco? ¿Qué es pertenecer? ¿Adónde iré? ¿A casa? ¿Tengo casa? ¿Qué es “casa”?
¿Qué sé? ¿Qué creo? ¿Qué pregunto? ¿Qué es una pregunta?
Un pájaro de gran tamaño cantó más fuerte que ellos. Era la hora de dispersarse. Ahora parecían ¿descoloridos?, pero eso formaba parte de una ilusión óptica. Todos los colores nuevos miraban hacia adentro, al mismo tiempo que los cantos circulares resonaban en el interior de cada pluma. Esta vez el vuelo fue más intenso, aunque invisible.
Desde la esquina, un pájaro incoloro los miró partir hasta desaparecer entre el paisaje y los objetos cotidianos.

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