en el colectivo

Delante de mí los hipopótamos comenzaron a envenenarse despacio. Desde niños. Al llegar a la adultez, ya sus panzas y sus cabezas ocupaban todo el asiento y no se veía por la ventanilla. Me pasé un pañuelo húmedo por la frente y llegué a la parada. Tal vez los hipopótamos llegaron a destino también, si no se murieron antes.

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