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El ermitaño de la nube dice: “¡sí! Salten todos y corran todos y mírenme y piensen en mí, en mí, en mí, en mí y solamente en mí por el resto del tiempo y no hagan otra cosa que pensar en mí siempre en todos lados y con cualquiera y como sea pero dirijan sus mentes a mí como a un supremo ser de la galaxia cuya sabiduría es absoluta y es capaz de castigar a todos si no hacen lo que les exige, tengan miedo porque enfrentarse a mí les costará la insignificante vida que dicen vivir y desearán no haber nacido. Gracias, buenas noches.”
La respuesta es el silencio, quizás porque el ermitaño está en la cima de la montaña más alta y no hay nadie alrededor. Dirige su mirada, decide donde ésta irá, conociendo de antemano o intuyendo qué es lo que verá. Por lo general la nube solamente. Toca la nube con el tacto de sus dedos y éste le cuenta todo lo que percibe.
El ermitaño no sabe si estuvo en algún otro lugar antes. Quizás éste sea el único estado que conozca. Ante la ausencia del factor cambio el tiempo podría no existir. No hay algo que lo diferencie de sí mismo y las frases que dice no provienen de ningún pasado. El lugar donde está podría ser igual al resto de los lugares o distinto, y el mundo quizás sea una cima-nube perpetua. No lo sabe. No es ciego ni sordo, pero en la constante quietud los sentidos cumplen una nula función.
“El cero, la ausencia, el vacío, nada, …, oquedad, ahuecamiento, negro, blanco, silencio.”
Frases sin destinatario como las del ermitaño no podrían llegar a algo o alguien, ni provocar un cambio en la estática realidad, aunque ¿cómo saber si es o no real? No existe una ficción con qué comparar. No hay un fondo ni profundidad en el cuadro, solo una superficie impalpable, un mero ser.
“Recordar, proyectar, añorar, esperar, desear, extrañar, sorprender, mutar”
Hay una lista interminable de hechos prohibidos para el ermitaño, es decir hechos de suma indiferencia que para nada servirían. Está más lejos de lo que se imagina de su cuerpo y lo ignora, acaso porque eso ya no representa demasiado de valor, solo materia cuantificable como los fósiles subterráneos, y por eso quizás no lo desprecia por completo.
“No podría vulnerar los escondites de mi mente, no hay sino un gran área alrededor mío, donde me hallo inmerso. No conozco sus límites. Ignoro si tiene comienzo y si tiene fin. No posee secretos, o acaso no tengo noticias de ellos”
La formulación de cualquier tipo de preguntas crearía en el ermitaño un terrible estado de confusión. Palabras como quién, cómo, dónde, cuándo, y sobre todo “qué”, no parecen tener significado en este ser, habitante de las metacomunicaciones. Aún si poseyera las respuestas (las posee) éstas carecerían de todo valor e importancia. No es capaz de generar o de provocar algún juicio o comentario, y todo lo que de él se diga corre el riesgo de ser absolutamente falso o sin importancia.

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